El Play - Juan María Fernández

Los domingos son una isla. Una porción de tiempo separada de la semana y la rutina. Para una docena de inmigrantes dominicanos instalados en Buenos Aires, la cuestión va más allá: los domingos son su isla, el pedazo de tierra caribe que los recibió cuando nacieron y los expulsó cuando crecieron.

Cada semana se toman un día para hacer lo que saben: jugar béisbol, mirar béisbol, hablar béisbol. Extrañar béisbol y compartir una cerveza con el dembow, el reggaeton, la salsa provocando desde el auto. Vacilar.

Compiten en Ezeiza, en La Plata, en Escobar, pero se mueven como si estuvieran a 6 mil kilómetros de ahí, en Higüey, en La Romana o El Cibao. Los domingos, el tiempo es territorio y la discontinuidad que supone la migración se disuelve en un juego que empezó en las calles de otra ciudad, de otro país, mucho tiempo atrás.

En el “home”, un bateador trata de impactar la pelota. Cuando lo logra, sale disparado: mientras el equipo rival recoge la pelota, él debe recorrer el campo a toda velocidad, tocando cada una de las bases hasta regresar al punto de partida. Así pasan su santo domingo: buscando el jonrón, corriendo de vuelta a casa.